Pasa el tiempo y las escombreras continúan 'decorando' diversos rincones de Aranda de Duero. Ahí están con sus trozos de uralita, restos de ladrillos, azulejos partidos, envases de productos fitosanitarios o sacos de cemento a los que se suman una amplia diversidad de calzado roído, sillas de plástico rotas, retretes y hasta cortinas de ganchillo. En las eras de Santa Catalina o detrás del cementerio municipal. También junto al canal en dirección hacia Fuentespina. Cierto es que en estos meses los montones están algo más camuflados por toda la mala hierba que ha salido alrededor. Y, sobre todo, porque algunos vecinos, de manera desinteresada, han decidido eliminar algunos residuos contaminantes ante la pasividad de determinadas administraciones.
Está muy bien ser Ciudad Europea del Vino. Pero a este paso no habría que descartar que la capital ribereña acabe recibiendo alguna que otra desagradable distinción por la proliferación de focos de insalubridad a escasos metros de bloques de viviendas e, incluso, parques infantiles. Lo peor es que algunos vertederos forman parte del paisaje arandino desde hace años. Y nadie hace nada. Que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá. Todo son excusas. ¿De verdad que no se pueden tomar cartas en el asunto? ¿Nos tenemos que acostumbrar a que algunos niños se vean obligados a jugar cerca de un montón de basura que no refleja sino la desvergüenza de unos pocos?
¿A santo de qué tanto incivismo? ¿Tan difícil resulta acudir al punto limpio en una ciudad en la que apenas existen las distancias? No puede ser que cada pocos pasos nos encontremos con la basura que cuatro inconscientes tiran donde les viene en gana. Por no hablar de la invasión de pintadas por toda la ciudad o de las meadas. ¿Esta es la ciudad que queremos?
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