Tom Waits – Bone Machine: 30º Aniversario de su disco más infernal | Science of Noise - Rock Magazine

2022-09-10 02:41:26 By : Mr. Bill ZenithMachinery

septiembre 8, 2022 Jordi Tàrrega Clásicos 0

Bone Machine (1992) de Tom Waits me parece una obra magistral, hipnótica, maldita e infernal. En esos tiempos Tom estaba enfrascado en la película Drácula de Bram Stoker, dirigida por Francis Ford Coppola, y un poco, el espectro de la muerte está absolutamente presente en el disco. Escribió gran parte de las letras de las canciones junto a su esposa y hay mucha indagación en el gospel, pues de pequeño, Tom cantaba en la iglesia, y desde entonces, sentía una atracción especial para ese género eclesiástico. Curiosamente Tom, en su infancia, tenía voz de soprano.

Lo que más destaca en este Bone Machine son las percusiones infernales que todo lo inundan. Hay un instrumento llamado conundrum, una especie de utensilio de granja construido para la ocasión con forma de instrumento de tortura. Tom decía que sonaban mejor de lo que parecía a la vista y que algunos de los sonidos conseguidos con él se asemejaban al sonido de una puerta de cárcel cerrándose.

Luego están las colaboraciones estelares. En una entrevista de la época comentaba que trabajar con Keith Richards estuvo bien a pesar de que no terminaba las cosas cuando tocaban. Contó una tremenda anécdota de que Keith empezó a gritar en medio de un campo y de repente llegaron decenas de vacas acudiendo a su llamada por lo que tenía el respeto de la comunidad animal. De verdad que por como lo cuenta la anécdota parece 100% real.

La portada del disco es la imagen fugaz en blanco y negro de Tom disfrazado de pequeño diablillo, quedando una impactante foto con un flash de luz que realza esa expresión grotesca dada por el gorro de arlequín, esas gafas enormes y la boca abierta. Esa misma vestimenta es la que lucirá en los videoclips, ¡y ojo! quien hizo la foto fue el hijo de Bob Dylan.

Tom no estaba contento del estudio en el que grababan las canciones y buscaba algo diferente para un disco tan especial. Los avances tecnológicos le permitían grabar en cualquier parte y terminó encontrando el sitio ideal en un almacén en el sótano con unos viejos mapas poblando las paredes del mismo. Ese almacén estaba en el mismo edificio en el que estaba el estudio, con suelo de cemento, paredes con un grueso de papel de fumar y sin insonorizar. Cada ruido de la calle o de las habitaciones adyacentes se colaba en la grabación.

Voces torturadas y muy pocos arreglos siendo todo muy directo y minimalista. Siguiendo con el tópico de muerte parece que Waits quería dejar sólo el esqueleto de las composiciones además de unas percusiones salidas del mismo infierno. Ese es justo el inicio de “Earth Died Screaming”, sencillamente brillante e inquietante con ese estribillo tan puro de blues del Delta. Actualmente hay grupos como Zeal & Ardor que juegan a eso mismo, pero aquí con esa especie de sacos de huesos que hacen las veces de percusión y elevan el tema hacia algo muy especial.

De entre lo más célebre están los dos singles del disco, ambos absolutamente icónicos. La primera es ese rock ‘n’ roll decadente salido del infierno: “Goin’ Down West”. Es justo la canción que me hizo amar a Tom Waits y en la que vi que era absolutamente diferente a todo. Ese ambiente de cerrado y esa guitarra atmosférica de Gore hace que el tema te lleve a rincones oscuros de tu mente. Es todo denso y decadente, absolutamente magistral. Y si ves el videoclip todo se eleva.

Y hablando de videoclips, el de “I Don’t Want to Grow Up” es una auténtica obra maestra y la canción parece que se inspire en Ramones. Se inspira tanto que los de Queens terminaron versionándola para el disco ¡Adiós Amigos!. Podríamos hablar de un Waits comercial incluso, pero este disco es infernal, dudo que el maestro persiguiera singles de éxito en la jodida máquina de los huesos. Lo que sí sorprende es que toda la canción es en guitarra acústica y sin percusiones.

El corazón en un puño para la intensa y descarnada “Dirt in the Ground” con una voz cavernosa, un piano y Ralph Carney en el saxofón. Menuda interpretación entre ruiditos varios que la llegan a enriquecer. Un poco ya te va mostrando el camino lúgubre que persigue Waits. Vuelve a dar en el clavo en la hipnótica “All Stripped Down” con vocecita irritante, coros apagados y un minimalismo que casi duele. Con tan poco… lo que llega a conseguir.

“Who Are You” sería de lo más melódico y accesible, incluso podemos hablar del corte más en la línea de lo que ha sido Waits, cantando como suele hacerlo y sin rastro de percusiones. Tema inspirado, sincero y muy desnudo, con imperfecciones. Si paras bien la oreja puedes llegar a escuchar las escobillas de Bryan Mantia a la batería. Impresiona la interpretación de “Jesus Gonna Be Here”, siendo una especie de gospel del averno. Es la canción del disco que más veces se ha tocado sobre un escenario. Es tan real todo que incluyen la tos final de Waits en la grabación.

En “A Little Rain” hay un pedal steel por parte de David Phillips y del contrabajo de Larry Taylor. Es precisamente ese instrumento el que llega a cohesionar todo el disco y le da ese toque de tristeza tan acentuado. Junto al piano y a la delicada voz del artista consiguen una canción bella y sencilla, evocadora de sus primeros tiempos. La percusión infernal domina la machacona «In the Colosseum» que se arrastra entre golpes de palos y el instrumento infernal ideado para el disco y apodado conundrum. Es un demonio entonando entre un caos sonoro con mucho sentido musical.

La aparición vocal y guitarrera de Keith Richards en la final “That Feel” es una especie de fin de fiesta ebrio, una canción para cantar borrachos y abrazados mientras te invitan a salir del bar. Waits tira de la misma percusión original y el tema encaja a la perfección con el sentido general del disco. En “Murder in the Red Barn” hay desde sonido de somieres chirriando hasta el banjo de Joe Marquez, que, por cierto, no hace grandes diabluras ni busca velocidad. Por momentos los pizzicatos son un elemento percusivo más.

Hay un par de cortes muy cortos destinados a ser enlaces en los que se mezcla el gospel con martillos mecánicos como en “Let Me Get Up on It” o “The Ocean Doesn’t Want Me”, con filtros vocales casi narrados entre tinieblas. Una de las imprescindibles es el “Black Wings”, dotada de un feeling muy especial, con las maracas de fondo y la inmensa guitarra de Joe Gore. Excelente composición con un Waits tirando de versatilidad vocal y terminando el tema como si fuera Leonard Cohen.

Es tan brillante el disco que hasta el mundillo musical tuvo que rendirse ante él. Tampoco es una obra que llegase a vender cantidades ingentes, pero sí que ganó un Grammy al mejor disco de música alternativa, sí, la misma categoría en la que habían ganado antes Green Day o Beck. Y es que Waits siempre fue un francotirador y en esta etapa, más que nunca.

La muerte y el asesinato sobrevuelan todas las pistas del disco sin llegar a ser un álbum conceptual. Tom toca todos los instrumentos, produce y hasta decide dónde se graba una obra que disfruta de unos músicos excepcionales. Recordemos que participa también Les Claypool de Primus en el bajo. De este disco se hicieron muchas versiones y algunos de sus temas pasaron a ser banda sonora de películas realmente importantes. Ha pasado el tiempo, pero Bone Machine sigue sonando tan fresco, diferente y rompedor como en 1992.

Coleccionista de discos, películas y libros. Abierto de mente hacia la música y todas sus formas, pero con especial predilección por todas las ramas del rock. Disfruto también con el mero hecho de escribir.

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