Un puente en la selva, por Juan Villoro - Etcétera

2022-09-10 02:38:38 By : Ms. Jane kuang

Escritor, autor de "El Testigo". Ganador del Premio Herralde de Novela 2004 y del Premio Rey de España por su texto "La Alfombra Roja, el imperio del narcotráfico".

Abrir una librería puede ser una agradable manera de arruinarse la vida. Se trata del más noble de los espacios, y del más heroico, pues debe pagar la renta. Esto último se complica en los tiempos que corren. La crisis mundial del papel hace que los libros sean caros y difíciles de conseguir. La materia prima que se usa para empacar los productos que llegan a domicilio es la misma que se usa para imprimir un soneto de Shakespeare: el cartón mata libros. Para colmo, los chinos dominan el comercio de los ríos; si un barco se atasca en el Canal de Suez, perdemos el suministro de paraguas, bolígrafos y papeles que dependen de las bisnietas de la Nao.

Ser librero es ser valiente. Lo digo con conocimiento de causa, pues acabo de estar en la inauguración de Gabolibros en Villahermosa. Los responsables de este sueño son Humberto Mayans Canabal y su esposa, Silvia López Hernández. Amigos que los aprecian les advirtieron que una librería puede ser un suicidio a plazos. “Aquí nadie lee”, fue el repetido dictamen. Como Silvia y Humberto reinventan la realidad, pensaron que nadie leía por la sencilla razón de que nadie les ofrecía un libro junto a una taza de café.

García Márquez encomió la influencia que en su formación tuvo el catalán Ramón Vinyes, librero de Barranquilla. Para un joven tocado por la curiosidad, una librería es una universidad alterna.

Doy un rodeo para explicar por qué Humberto tiene un currículum ideal para ser librero. Tabasco es la Mesopotamia de México, séptima reserva de agua dulce del planeta. “Agua de Tabasco vengo y agua de Tabasco voy”, escribió Carlos Pellicer para describir un entorno que no debe ser recorrido, sino navegado. Durante siglos, la transportación fluvial hizo que la zona estuviera más conectada con La Habana, Veracruz, Progreso y Nueva Orleáns que con la capital. En 1983, el politólogo Enrique González Pedrero se hizo cargo de la gubernatura del Estado y se convirtió en uno de los principales gestores públicos del país. Hombre de incombustible honestidad en un oficio lastrado por la corrupción, promovió cambios radicales en Tabasco. En compañía de su esposa, la escritora Julieta Campos, emprendió una cruzada en favor de la educación y la cultura sólo comparable a la de José Vasconcelos.

Gracias a su amistad con Pellicer, Mayans supo que la naturaleza es una forma de la estética y que los libros son una extensión de la naturaleza. “El poeta me enseñó a mirar”, dice entusiasmado. Con dichos antecedentes, pensó que el nuevo gobierno le confiaría un cargo en el sector cultural, pero González Pedrero tenía otros planes. Para difundir el arte, primero había que unificar un territorio fragmentado por el agua, de modo que le ofreció a Humberto un puesto que en circunstancias menos urgentes e imaginativas es patrimonio de los ingenieros: secretario de Obras Públicas.

De 1983 a 1987, Humberto construyó los 105 puentes que unieron en forma definitiva un territorio bendecido y agobiado por el agua. Como debía trabajar de prisa, buscó a expertos que hubieran construido en pantanos de probada dificultad. Encontró a un ingeniero que había hecho obras en Vietnam sin arredrarse por los bombardeos y le confió tres puentes decisivos. Uno de ellos se instaló en Frontera. Tenía un kilómetro de largo y era delgado como una ilusión. El almirante de la zona determinó que se vendría abajo con el primer tráiler. La gente admiró la belleza de la modernidad, pero no se atrevió a cruzar. Durante días, ese lujo de la ingeniería sólo fue visitado por los moscos. El gobernador pidió entonces a su secretario de Obras que demostrara cómo se usa un puente. Mayans subió a un camión con toneladas de carga, hizo una escala para pedirle al almirante que aceptara la existencia del sentido común y atravesó el puente una y otra vez, demostrando una paradoja de la ingeniería: la ligereza puede ser una forma de la resistencia.

Cuando el puente 105 quedó concluido -sin que se robara un solo saco de cemento-, la última panga que se usaba para cruzar los ríos fue llevada a un museo. Ese medio de transporte se había convertido en símbolo de otros tiempos.

González Pedrero tuvo una intuición sagaz: Humberto Mayans había nacido para construir puentes y para cruzarlos con la carga más pesada. ¿Qué otra cosa es la cultura?

No es casual que haya abierto una librería.

Este artículo fue publicado en Reforma el 09 de septiembre de 2022. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

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